jueves, 20 de julio de 2017

Las manos de Flora

Estando aquí recibí la noticia de la muerte de Flora, una sierva de San José a la que conocí el año pasado en Filipinas, aunque en su momento no le dediqué en el blog una entrada solo a ella, por falta de tiempo, sí que,en las actividades del comité de Linares, cuando hablaba sobre mi experiencia en Manila,ella tenía un papel destacado, de hecho casi todas mis exposiciones empezaban con la imagen de unas manos: Las manos de Flora
Os dejo lo que el otro día escribí para Taller de Solidaridad como un humilde homenaje a una gran mujer:

Dicen que las noticias malas corren como un reguero de pólvora. Hoy en día, con los medios de comunicación que tenemos eso ocurre con toda clase de noticias, la diferencia es que algunas de ellas nos impactan y nos golpean; producen en nosotros una sacudida que altera nuestro ser y  entristece nuestra alma.El año pasado Diana y yo tuvimos la suerte de viajar a Filipinas; muchas sorpresas nos aguardaban allí pero el mejor de los regalos fue conocer a Flora.


 La primera impresión que me causó al verla, por su delgadez y dificultad para hablar largo tiempo, era de fragilidad pero al escuchar sus palabras transmitía una fortaleza  como he sentido en pocas personas. Poco a poco, con una voz suave, me contó que era de Santiago y que, al morir su padre en la guerra civil, se trasladó junto con su hermana a estudiar con las Siervas a Málaga. Allí realizó su formación, esa que imprime carácter en las siervas de San José y deja una impronta reconocible en todas ellas, sean del país que sean y vivan donde vivan. De Flora me quedaron muchas cosas; algunas frases grabadas a fuego. Me dijo: "Cuando estoy en España sé que soy española pero me siento extranjera. Aquí en Filipinas sé que soy extranjera pero me siento en mi casa".

Y eso hizo durante toda su vida: arreglar su casa, trabajar por todas aquellas mujeres por las que luchaba y de las que conocía sus nombres, los de su familia, sus preocupaciones y alegrías,...Y todos veían en ella a Madre Flora.Ella nos contaba cómo llegó allí, jovencita, con una formación en matemáticas y física, suponiendo que iba a trabajar como profesora, y lejos de hacerlo, acabó  con la responsabilidad de poner en marcha los Talleres de Nazaret. No fue una tarea fácil, sin medios, sin conocimientos de costura,...pero con la determinación del que sabe cuál es su misión y se enfrenta a ella con todas las fuerzas y el amor que tenía dentro.Consiguió hacer de los talleres lo que son hoy en día, un referente a todos los niveles. profesionales y humanos donde la calidad empapa las labores que salen de ellos y las manos que las realizan.La manos de Flora impresionaban: delgadas, casi transparentes pero al mismo tiempo inquietas, ágiles e inteligentes. Estar cerca de Flora era un privilegio, sólo mirarla y escucharla reconfortaba el espíritu y el alma. Cuando contaba el giro que dio su vida al encontrarse ante el desafío de rescatar mujeres de la pobreza o de algo mucho peor, en vez de acudir a sus cómodas clases, ella me dijo: "Donde os pongan floreced" Está claro que ella floreció y que su legado está presente no sólo en las personas que trabajaban directamente con ella, sino en todas aquellas que tuvimos la suerte, aunque fuera un tiempo fugaz, de sentarnos a su lado y escuchar, sólo escuchar.



La flores artificiales nunca se estropean pero tampoco tienen aroma: ¡No podía estar mejor puesto su nombre! Flora nos dejó su aroma y ese se quedará con nosotras para siempre. Muchas gracias  

lunes, 17 de julio de 2017

Amanecer en Chiriaco: la Misión

Las vistas desde mi cama
Quien nos daba la bienvenida al pie del embarcadero era Asumpta. Ella es de León y lleva aquí más de 40 años. Después nos recibió Teresa con una empanada tan gallega como ella misma, que después de treinta y nueve años aquí aún conserva ese adorable acento que les da a los gallegos un candor especial.
Nos fuimos a dormir sin saber exactamente cómo era el lugar al que habíamos llegado. Estábamos cansadas y nos dijeron que no tuviéramos prisa en levantarnos.
A la mañana siguiente ni Diana ni yo, a pesar del cansancio del día anterior, pudimos  quedarnos en la cama mucho tiempo. Necesitábamos ver el lugar en el que íbamos a estar las siguientes semanas.
El comedor 
Los huecos de las ventanas aquí no tienen cristales. Sólo una reja testimonial, sin mucha herrería y una tela mosquitera. Al descorrer las cortinas en la cabecera de mi cama, pude ver de pronto una exuberante vegetación  que lo inundaba todo como un cuadro. Palmeras, inmensas, de distintos tipos, árboles altísimos y esbeltos, incluso alguno de ellos  con hojas de un color rojizo como si el fuego hubiera prendido en ellas. Plantas trepadoras que se abrazan a los troncos y llegan hasta las copas, en una ascensión solo detenida por los límites del árbol en el que se sustentan. 





En ese momento me acordé del cuento de un niño al que su padre había llevado a ver la mar y el niño, al coronar  el último monte que lo separaba del océano, se quedó tan petrificado que dijo: "papá, ayúdame a mirar". 
 Recordé también todas las personas queridas que quedaron atrás, aquellas que comprendieron que mis alas necesitan  volar y que constituyen también mis motivos para volver y posarme suavemente en sus manos. A ellas les pedí esa ayuda para mirar y quise atrapar en mi memoria todo lo  que mis ojos y mis sentidos abarcaban...pero ese espectáculo desde mi cama era sólo un anticipo de lo que nos esperaba en los alrededores de la casa.



La vivienda se distribuye alrededor de un patio rectangular al que dan todas las estancias: dormitorios, comedor, sala, capilla y una sala de estar siempre abierta donde las niñas o sus padres vienen en busca de las monjas cuando necesitan algo. También hay un pequeño "dispensario" que es el reino de Teresa, enfermera durante toda su vida donde los medicamentos disputan su  sitio con herramientas y artilugios como una radio antigua que era el único medio de comunicación que tuvieron durante mucho tiempo,,... 













Saliendo de la casa el espectáculo es impresionante: las aulas están distribuidas por toda la misión separadas unas de otras por veredas y siempre todo rodeado de  una rica  vegetación  donde palmeras, punos, guayaquiles, yarinas, aguajes, achotes, .. e infinidad de árboles de los que aún no me he aprendido el nombre,  se alternan con plantas que nosotros allá no conocemos o algunas que sólo encontramos en floristerías y aquí crecen en todas partes. 


Las aulas tienen apenas dos paredes de modo que quedan abiertas al exterior y cuando estamos dando clase a las niñas no podemos dejar de mirar el paisaje, además de oír el canto de pájaros extraños, ver entrar y salir de la clase mariposas y libélulas. Les explicamos a las niñas que en el lugar del que nosotras venimos las clases son cerradas y nuestros niños pueden pasar días sin ver un árbol y ellas nos miran como si les estuviéramos contando una historia inventada.

Las fotos no pueden abarcar todo lo que hay aquí, Elvira, la coordinadora de la congregación, dice que este lugar es la antesala del Paraíso; yo me atrevo a ir más allá y decir que es una ventana abierta al paraíso, un privilegio y un auténtico regalo para los sentidos.
Desde la puerta de la casa
También aquí merecen ser destacados los sonidos; cada mañana, aunque no se corresponda con la idea romántica e idílica que tenemos de la selva, me despierta el canto del gallo. Un gallo que después, durante el día, se pasea ufano y orgulloso rodeado de una cohorte de gallinas y polluelos ruidosos. Se oyen pájaros de todo tipo sin que acierte a verlos en la mayoría de los casos: se repite con frecuencia el graznido de lo que aquí llaman una "gallinaza" que desde abajo parece por su forma de planear, un ave rapaz y debe de serlo, porque dicen que revolotea acechando los pollitos o buscando algún animal muerto. Las bandadas escandalosas de loritos que han pasado ya alguna vez que otra desde que llegamos,  Los patos,  que nadan y chapotean tranquilamente en un estanque cercano. Insectos de todo tipo:silenciosos como las libélulas, obstinados como las polillas,  pertinaces como los mosquitos,...A veces se oye el sonido metálico intermitente de un fluorescente que no recibe suficiente energía como para encenderse completamente.
Fruto del cacao
Y por la noche, las chicharras testigos de un calor sofocante que nos agobia por la humedad. El cantar de los búhos, animales de mal agüero por estos lares. Los chillidos casi imperceptibles de los murciélagos dándose un festín de insectos y a veces el alboroto que causan cuando, perdido o despistado alguno de ellos  entra en la habitación donde estamos y se golpea con todo hasta que encuentra la salida mientras nosotras intentamos mantener el tipo pero encogiendo el cuello como una tortuga para no dejarlo al descubierto. Las ranas, o los sapos, que no sabría yo distinguirlos por el sonido pero suenan como si tuvieran el mismo tamaño de un pato.


Durante el día se oyen las niñas, no cesa el rumor de voces suaves llamándose entre ellas, riéndose, jugando, cantando,...pero de ellas os hablaré otro día.
Se oyen cohetes o como aquí los llaman "camaretazos": el pueblo de Chiriaco, al otro lado del río festeja la Virgen del Carmen en una fiesta interminable que dura ya más de una semana y, sin respeto a horarios, a cualquier hora del día o de la noche. lanza al aire una sucesión de fuegos artificiales, no de colores pero sí muy ruidosos.
También llega hasta la misión el sonido de los pequeños motores que hace tiempo sustituyeron los remos de las canoas, que cruzan el río o lo recorren arriba y abajo como una autopista de agua que comunica unas comunidades con otras.

Pero hay por encima de todos un sonido que, cuando aparece acalla a todos los demás. Poderoso, imponente, origen de vida pero también a veces de destrucción: el agua. Una lluvia que, de repente, oscurece un cielo azul y limpio y empieza a caer cada vez con más fuerza, llenando baldes del tamaño de bidones, rebosando el estanque, inundando y encenagando los caminos, golpeando las plantas, los árboles, los techos de calamina que nos cubren, formando una cortina que fluye sin parar y hace que desaparezca el paisaje, pero cuando parece que el diluvio se ha desatado, tal y como vino, empieza a desaparecer y el verde fresco de la selva y el cielo azul vuelven a aparecer como si nunca se hubieran ido.



El estanque de los patos






Aula de Arte

Típica casa awajún



Después de la lluvia



Planta de la piñ

Aula





Llueve y llueve.....


sábado, 8 de julio de 2017

El viaje más largo

Tres días después de salir de España, por fin Diana, mi gran compañera de viaje y yo, llegamos a nuestro destino: la misión que las siervas de San José tienen en Chiriaco.
Es cierto que cualquier viaje, por largo que sea, empieza por un paso, y ese primer paso fue el que me hizo atravesar el umbral de mi cómodo y confortable hogar para dirigirme a coger el tren, primer medio de transporte para este largo recorrido. 
Por fin me veía, una vez más, asomada a la ventanilla, alejándome kilómetro a kilómetro para despedirme de ese paisaje que desfilaba ante mi mirada dibujado de olivos, encinas, campos de cereales, almendros, viñedos, lomas salpicadas de esparto,...yendo en busca de una naturaleza exuberante, llena de plantas, arbustos, flores, palmeras y árboles cuyos nombres aún desconozco.
Y los aeropuertos, esos "microcosmos" donde todas las nacionalidades se entrecruzan y se mezclan: primero el de Madrid, luego el de Lima y más tarde ese pequeño de Chiclayo donde ya los rostros son más oscuros y los rasgos nos recuerdan a los libros de historia en los que estudiábamos los pueblos incas.
Una vez en Chiclayo hicimos una parada necesaria después de las casi veinticuatro horas de viaje. Una tarde de visitas en la que nuestro improvisado guía, José Edward, nos llevó a visitar el impresionante Museo de las Tumbas Reales de Sipan, y el Museo Nacional de Sicán. Ambos guardan los tesoros de los hallazgos arqueológicos de importantes enterramientos, de una cultura muy alejada de la nuestra pero con las mismas pretensiones de eternidad que pudieron tener los egipcios. La historia misma de la humanidad: señores poderosos que pretenden traspasar los umbrales de la muerte, alcanzar la inmortalidad y seguir manteniendo en otro mundo el poder que tuvieron en este, llevándose consigo los tesoros acumulados en su vida.
Pero lo importante es nuestro viaje, y a la mañana siguiente ya estábamos antes de las ocho en el "paradero" de autocares camino a Jaén, una población a la que llegaríamos ocho horas después, tras un largo e interminable viaje por una carretera llena de obstáculos. 

Al alejarnos de la costa del Pacífico para adentrarnos en la zona de selva, tuvimos que atravesar una parte de los Andes de paisajes espectaculares cubiertos con una vegetación tan abundante que sólo se veía el color de la tierra en las zonas en las que se producen grandes deslizamientos de tierras que aparecen como heridas en las inmensas y escarpadas laderas. El autobús de dos pisos (nosotras íbamos en el de arriba, en los primeros asientos que ellos llaman panorámicos), se abría paso en una angosta carretera.

Esta carretera es una línea  que pretende luchar contra la naturaleza abriendo un paso en las montañas, rompiendo la ladera para abrirse camino, pero la naturaleza reclama lo suyo y, en incontables ocasiones tuvimos que vadear zonas en las que, un deslizamiento de piedras, rompía la carretera y dejaba un estrecho paso por el que parecía que nuestro autobús no iba a caber.
Un tráfico incesante de camiones cargados de combustible, de madera,...hace que el tránsito sea lento y pesado, con contínuas señales de limitación de velocidad a treinta y cinco kilómetros por hora, de prohibido adelantar y de peligro que nadie respetaba.


A veces la carretera cortada detenía el tráfico y una cola de vehículos se veía forzado a esperar por tiempo indefinido que, en alguna ocasión llegó a superar los treinta minutos.




Los paisajes siempre espectaculares. Al subir hasta lo más alto de la cadena montañosa, de repente, en la cara que daba la espalda al océano, parajes desérticos, sin la vegetación que habíamos dejado atrás, cumbres altas que alternaban señales de tráfico de pendiente pronunciada, unas veces hacia arriba y otras  hacia abajo.
Y ya, en un momento dado apareció el río, un hilo de agua al principio, que se iba haciendo más caudaloso a medida que avanzábamos para unirse más abajo a otros ríos que más tarde darían con sus aguas en el impresionante Amazonas que aquí aún no toma ese nombre.












Y ya, cerca de Jaén enormes campos de arroz de un verde fresco espectacular. 
Una vez que llegamos a nuestra meta volante, con casi tres horas de retraso, nos esperaba el señor Chayo para conducirnos a Chiriaco, aún a tres horas y media de camino. Comí un "aguadito", una especie de sopa hecha con los despojos del pollo pero muy bien condimentada y reconfortante y de nuevo en marcha.
Al poco de empezar ese nuevo trayecto, anocheció, con lo que el paisaje con sus cumbres, sus verdes, sus bajadas y subidas, desapareció. Nuestro coche iba a una velocidad superior a la que marcaban las indicaciones, por una carretera sinuosa plagada de badenes por los que a veces bajaba el agua, que saltaba a los lados a nuestro paso como si de repente nos hubiéramos montado en una lancha.

Las luces del coche sólo me permitían ver la carretera y algunas luces de pequeños poblados por los que pasábamos, casitas pequeñas con tejados de chapa y paredes de barro, la mayoría de ellas sin puerta. Hasta que por fin vi un letrero: Chiriaco. Sin pararnos, nuestro conductor atravesó lo que parecía la calle principal y paró el coche donde se acababa la carretera.
Una vez allí, nos bajamos del coche y un joven nos saludó cortésmente; iba acompañado por dos niños, de unos ocho o diez años. Descargamos nuestras mochilas y ellos sacaron del coche unas cajas. Aunque había luna llena, no se podía ver nada porque empezaba a nublarse. Bajamos por una cuesta escalonada, alumbradas por unas débiles linternas que tenían los chicos. Llegamos a una canoa grande donde nos subimos y el joven que nos había saludado soltó las cuerdas que nos sujetaban a la orilla y arrancó. Nos deslizamos por el río escuchando el rumor del agua y el sonido  del motor.
Llegamos pronto a la otra orilla, se veía la luz oscilante de una linterna y antes de tocar el pequeño muelle escuchamos una voz de  mujer que gritaba animadamente: ¡¡¡Bienvenidas!!!

El alma de la Misión